Se llamaba Ignacio Anaya y le apodaban “Nacho”. Era un hombre de Acuña, Coahuila, que trabajaba como jefe de meseros en el Club Victoria, un restaurante importante ahí en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. El hombre tenía familia y una vida tranquila. Hasta que un día, sin querer y en un apuro, inventó uno de los platillos más universales: los nachos.
Fue una tarde de 1943. Para entonces, Ayala tenía ya más de 18 años viviendo en Piedras Negras. Un grupo de mujeres, quienes eran esposas de militares estadounidenses, llegaron hasta las mesas del club y pidieron algo de comer.
Por tratarse de personas acaudaladas, él se sintió comprometido y decidió por sí mismo hacer la comida. Pero era casi la hora de cierre del sitio y, cuando irrumpió en la cocina, se dio cuenta que no queda casi nada para cocinar.
Lo único que alcanzó a hacer fue cortar tortillas de maíz en triángulos, espolvorearles mucho queso derretible encima, sazonar con especias y meter su improvisación al horno unos minutos. El buen amigo Anaya no tenía idea de que estaba haciendo historia en ese mismo momento de sudor y taquicardia.
Cuando llevó el platillo al centro de la mesa, las mujeres se sorprendieron mucho. Estaban en realidad un poco incrédulas. Pero el hambre es el hambre aquí y en China; en el Pleistoceno, la Segunda Guerra Mundial o mañana a la hora de la comida. Así que no esperaron más y probaron los totopos con queso gratinado. Su sorpresa fue doble. Simplemente les encantaron.
Anaya no podía creer lo que pasaba ante sus ojos. Las mujeres lo llenaron de elogios y, claro, pidieron más. Ellas mismas bautizaron la receta como “Nacho’s Special”. Y así se le quedó por siempre. Con el tiempo le quitaron el “Special”, pero siempre fueron “nachos”.
La noticia corrió como fuego sobre pólvora y varios restaurantes del lugar empezaron a replicar el platillo, pero con ciertas variantes. Nacho, el creador, no tenía problema con eso. Pero su hijo, que era mucho más visionario, sí. Intentó patentar los “nachos”, pero ya era muy tarde. Simplemente ya estaba en todas partes y era un éxito. Cada quien había hecho sus propios nachos.
Ignacio Anaya quedó para la posteridad como el inventor que todos reconocen, pero que en vida sólo tuvo el aprecio de sus primeros comensales. En la actualidad, los nachos son de las cosas más consumidas y estandarizadas en todo el planeta. Tan solo en Estados Unidos se tiene calculado que se comen más que los hot dogs.
Un día como hoy era cumpleaños de Anaya. Larga vida a su recuerdo, a la estatua que en Piedras Negras se alzó en su memoria, y a su invento que nos hace más placentera la existencia. ¡Feliz cumpleaños, Nacho!
Fuentes: El País | Conoce la Historia.