A pesar de que las chalupas son una comida típica que se frecuenta en puntos específicos de México, como Hidalgo, Guerrero y Puebla, lo cierto es que las hechas en este último estado son especiales por sus sabor y textura únicas.
El origen de este platillo es un tanto incierto. Si bien no se sabe aún si son de herencia azteca (pues su forma es similar a la de las canoas que cruzaban la Gran Tenochtitlan hace cientos de años), o vasca (ya que en su idioma original la palabra txalupa significa barco), lo que sí tenemos por seguro es que estuvieron ligadas a la cocina mexicana conventual en tiempos más recientes.
Las chalupas poblanas tanto rojas, como verdes, son callejeras. Y qué bueno que sean así: tanto por su sabor, el ritual que implica hacerlas y el amplio alcance que tienen en los lugares donde se les prepara.
¿Listo? Manos a la obra.
Hierve los tomates y los jitomates por cinco minutos. Recuerda que puedes hacerlo en la misma cacerola. Luego escúrrelos y déjalos enfriar.
Licúa los tomates verdes, junto con el cilantro, media cebolla, 2 dientes de ajo, 2 chiles serranos, sal y pimienta. Busca siempre que la mezcla sea homogénea. Reserva.
Lava y enjuaga bien la licuadora.
Licúa los tomates con 2 chiles morita, media cebolla 2 dientes de ajo, sal y pimienta. Reserva.
Haz bolitas de 3 centímetros de diámetro con la masa. Aplánalas y haz tortillas pequeñas. Luego fríelas perfectamente en manteca.
Esparce en cada tortilla un poco de salsa, así como la carne deshebrada y un poco de cebolla picada.
Tus chalupitas poblanas están listas para comerse. De preferencias, acompaña de una cerveza bien fría o un vaso de agua natural de jamaica.