Cuando escuchas la palabra Botox lo más probable es que piensas en una inyección que utilizan las mujeres para eliminar arrugas en sus rostros. Y puede parecerte extraño que lo que se considera un tratamiento cosmético es una toxina producida por Clostridium botulinum, una bacteria anaerobia Gram positiva. La misma bacteria que causa botulismo, un tipo de intoxicación alimenticia potencialmente fatal.
El médico alemán Justinus Kerner descubrió por primera vez el botulismo en la década de 1820, y originalmente lo llamó "wurstgift", que en alemán significa "veneno de salchichas". También fue la primera persona que se inyectó la sustancia para documentar sus efectos, que incluyen debilidad muscular, dificultad para tragar y, si no se trata, parálisis e insuficiencia respiratoria.
Con el tiempo los científicos descubrieron que pequeñas dosis purificadas de la toxina podrían tener beneficios para los humanos, especialmente la capacidad de la toxina de evitar que los nervios envíen señales a los músculos. La primera aprobación por parte de la FDA fue en 1989 para el tratamiento del estrabismo (ojos cruzados), blefaroespasmo (espasmos del párpado) y espasmos faciales.
A principios de 1990, Jean Carruthers, un oftalmólogo canadiense, descubrió que cuando inyectaba Botox en pacientes con blefaroespasmos, sus arrugas en el entrecejo empezaron a desaparecer. Los dermatólogos empezaron a utilizarlo como un producto de belleza. Se hizo tan popular que en 1997 se agotó temporalmente. Al final la FDA aprobó el Botox como un tratamiento para mejorar la apariencia física. Y al igual que en sus inicios, los médicos utilizan Botox para el tratamiento de diversas condiciones.
En el 2010, la FDA aprobó el uso de inyecciones de Botox en pacientes con migraña crónica. Las inyecciones se aplican cada 12 semanas alrededor de los ojos, la frente, la mandíbula y otros lugares en la cabeza y el cuello. La toxina interrumpe los mensajes de dolor al cerebro, previniendo el dolor de la migraña.
La hiperhidrosis, transpiración excesiva, es una condición difícil de ocultar. Las personas que la padecen tienen que cambiarse constantemente de ropa o utilizar toallas absorbentes. Se ha visto que el Botox puede ser de ayuda para estas personas. La toxina se inyecta en las axilas, palmas de las manos y/o en las plantas de los pies, y funciona paralizando las glándulas sudoríparas. Por lo general el procedimiento se realiza una o dos veces al año.
En la esclerosis múltiple los nervios están dañados, lo que interrumpe y omite las señales que envían a los músculos. Esto hace que los músculos se tensen y se muevan de manera involuntaria, una condición llamada espasticidad. La toxina del Botox se utiliza para bloquear la acetilcolina, permitiendo la relajación muscular. Para un tratamiento efectivo los médicos registran señales eléctricas para determinar que músculos están recibiendo las señales mezcladas, y en ese lugar se inyecta el Botox.
Aunque no lo creas, el Botox puede ser utilizado para prevenir fibrilación auricular después de una cirugía de bypass. En el 2015 se documentó que los médicos pueden prevenir estos ritmos irregulares inyectando Botox en la grasa que rodea el corazón después de la cirugía, disminuyendo a un 7 por ciento la probabilidad de desarrollar latidos irregulares, en comparación con el 30 por ciento del grupo control. Obviamente es un estudio bastante reciente y se necesitan más estudios para volverlo un procedimiento estándar.
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