Comer por razones emocionales, como cuando estás preocupado, molesto o ansioso, es un factor importante en el aumento de peso. Mientras que el hambre emocional es una causa conocida de la obesidad, todavía no se sabe muy bien que ocasiona que la gente se convierta en un comedor emocional.
Para tratar de descifrar está relación, investigadores noruegos le preguntaron a un grupo de padres que calificaran la frecuencia de ciertas prácticas de alimentación de padres a hijos, como darle de comer a un niño cuando está enojado para que se siente mejor; y las prácticas de alimentación de los niños, como comer más cuando están enojados. Los resultados arrojaron que la alimentación emocional que le dan los padres a sus hijos está altamente relacionada con prácticas de alimentación emocional en niños cuando crecen.
Así que comer emocionalmente comienza a menudo en la infancia, en parte por la tendencia de los padres de ofrecer alimentos como una solución ante situaciones emocionales. En el estudio, los niños con mayor riesgo de alimentación emocional también obtuvieron un alto grado de “afectividad negativa”, es decir que experimentan mayores niveles de tristeza, miedo, ira y frustración, y bajos niveles de calma.
Desde temprano los padres aprenden que los alimentos pueden funcionar como un agente calmante. Como un acto de amor y empatía, ofrecen comida, generalmente con un alto contenido de azúcar y/o grasa, para calmar a un bebé que llora, un niño inquieto o enojado. El niño se siente mejor y asocia esa sensación con la ingesta de alimentos. Esto puede ser el inicio de la alimentación emocional.
Los padres pueden romper el ciclo haciendo un esfuerzo para ayudar a los niños a identificar maneras más útiles de lidiar con el estrés, como escribir un diario, meditación, breves períodos de ejercicio o hablar con familiares o amigos de confianza.
Imagen | Keith McDuffee
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