Fechas de mucha comida, lo sé, pero si son como yo, comerán de todo con medida y jamás, jamás, dejarán el postre por estar a dieta, así que les traigo una crema que me encanta.
Se baten las yemas con el azúcar con batidor de varillas (globo) hasta que estas quedan de color amarillo pálido. En tanto se hierve la leche con la vaina raspando la semilla para que deje todo su aroma. Se agrega la ralladura de limón, se apaga y se deja infusionando. Cuando se entibia, se retira la vaina.
Se revuelven las yemas y azúcar con la leche y se vuelve a poner al fuego batiendo enérgicamente y raspando el fondo para que no se pegue y no se queme la crema. Cuando espesa lo suficiente como para que las varillas se cubran con esta, (Napar) se retira y se pone en una charola o cuenco lleno de agua con hielo para bajar la temperatura batiendo con el globo.
En tacitas o platitos hondos que soporten altas temperaturas, se agrega crema hasta casi llenarlos, se espolvorea con azúcar cada uno y se mete al horno a que se queme y se forme una costra o caramelo. Si tienen un soplete, es el momento de usarlo para hacer este caramelo más rápido. Se sirven tibias o se dejan enfriar fuera del refrigerador para que el caramelo quede crujiente y al comer la crema con la cucharilla, las dos texturas nos permitan paladear este rico postre de orígen francés al parecer.
Pueden decorar con unas rositas de chantillí por un lado y una flor de color bien vistoso, lavada y desinfectada. Tip: a mi me gusta sorprender de repente, y no me complico si no tengo algún utensilio, por ello, se puede quemar azúcar en un molde antiadherente con unas almendras o nueces troceadas, luego se vuelca esto en un pliego de papel encerado, se extiende antes de que solidifique, y una vez duro, se quiebra en láminas y se clavan en el platito como si fueran estalagmitas. Luce fenomenal.