Según un estudio, aproximadamente uno de cada seis adultos estadounidenses tomó al menos un medicamento psiquiátrico en el 2013, la mayoría de las veces antidepresivos, sedantes o antipsicóticos, para el tratamiento de la depresión. Los diagnósticos de depresión se han disparado en los últimos 50 años, pero algunos expertos no creen que este incremento sea el resultado de cambios subyacentes en nuestra salud mental.
Antes de los años setenta, la depresión se entendía como una condición rara. Se diagnosticaba cuando el paciente presentaba obsesión por la muerte, sentimientos de absoluta falta de sentido e incluso psicosis. En los años cincuenta o sesenta, cuando una persona presentaba signos de tristeza, patrones de sueño extraño o estrés interpersonal, lo más probable era que fuera diagnosticada con ansiedad.
Los medicamentos desarrollados en esa época, como el meprobamato, la benzodiacepina y el diazepam, mejor conocido como Valium, eran considerados "tranquilizantes" ya que eran prescritos para calmar la ansiedad y calmar los nervios. Durante ese período era común que los médicos se los dieran a pacientes que presentaban una gran variedad de síntomas, en términos de diagnóstico tan generales como "estrés" o "nervios". Inclusive para lidiar con el tráfico, con los hijos o con jefes exigentes.
Todo esto cambio en la década de 1970, cuando la psiquiatría sufrió muchas críticas afirmando que ocasionaba hospitalizaciones innecesarias y se suprimía la libertad individual. Durante esa época también surgieron estudios que aseguraban que muchas de las categorías psiquiátricas no eran fiables. Así que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) cambió sus reglas para que los medicamentos fueran prescritos sólo para tratar condiciones médicas específicas.
Se cree que en este período, la profesión psiquiátrica y la industria farmacéutica decidieron cambiar su enfoque. La ansiedad era considerado un diagnostico “pobre”, común y sin mucha investigación, así que decidieron enfocarse en la depresión, una enfermedad que sí era considerada seria, debido a sus vínculos con el suicidio y la psicosis. Además la depresión contaba con varios estudios sobre la química del cerebro.
Cuando en 1980 salió la tercera edición del Manual de Diagnóstico y Estadística (DSM-III), fue mucho más fácil diagnosticar a un paciente con trastorno depresivo mayor (MDD) que con una condición de ansiedad. A partir de esta fecha, los médicos sólo podían diagnosticar un trastorno de ansiedad si el paciente presentaba emociones "irracionales" o "irrazonables". La depresión cubría la angustia resultante de situaciones externas.
Los famosos tranquilizantes empezaron a perder popularidad debido a las preocupaciones sobre su adicción. Así que las compañías farmacéuticas desarrollaron nuevos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) como el Prozac. También se encargaron de crear publicidad impulsando la idea de que la depresión es una enfermedad ligada con deficiencias de serotonina en el cerebro.
Con base en esto, muchos expertos creen que realmente no ha existido un aumento en casos de depresión, más bien lo que cambio fue la terminología. Es posible que todas estas personas depresivas, fueran diagnosticadas como ansiosas hace 40 años.
Vía | Jstor Daily
Imágenes | Tellmeimok | ZngZng | Nina A.J. |
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