En los últimos años se ha visto un incremento en el rol de las mujeres en la agricultura, especialmente en América Latina y el Caribe. Se estima que el 40 por ciento de las mujeres rurales, mayores de 15 años, no tienen ingresos propios y sin embargo trabajan a diario en el campo. El trabajo de estas mujeres, representa al menos la mitad de la producción de alimentos a nivel mundial.
Muchas personas conocen a este fenómeno como la “feminización del campo”. En América Latina y el Caribe, entre el 8 y el 30 por ciento de las producciones agrícolas están a cargo de una mujer. Esto no es algo nuevo, las mujeres siempre han trabajo en el campo, la diferencia es que antes no estaban a cargo de fincas y ahora es cuando empiezan a aparecer en las estadísticas.
Y esto ¿a qué se debe? La razón es la migración, principalmente de los hombres, hacia Estados Unidos en busca de mejores oportunidades laborales. A pesar de que muchas de las mujeres que se quedan reciben dinero a través de las remesas, la cantidad no es suficiente para cubrir las necesidades más básicas, así que no les queda más opción que trabajar en el campo. La agricultura y las remesas son complementarias, no un sustituto.
Algo importante para recalcar, es que las mujeres participan en todas las etapas del proceso, desde la producción, recolección, procesamiento, hasta la comercialización de los alimentos. Si una mujer tiene vacas, ella se encarga de su alimentación y limpieza, obtiene la leche, prepara los quesos, y después sale al mercado a venderlos.
El país latinoamericano que está a la cabeza de la feminización del campo es Chile, donde el 30 por ciento de los productos agrícolas están a cargo de mujeres, seguido de Panamá (29%), Ecuador (25 %), Haití (25 %) y Nicaragua (23%).
¿Existe igualdad?
La respuesta simple es no. Probablemente, una de las razones principales es que en estos países, especialmente en las zonas rurales, la mentalidad y la cultura, sigue siendo muy machista. Se ha visto que las mujeres que están a cargo de tierras agrícolas, tienen dificultad para encontrar suficiente mano de obra, al final de cuentas a muchos hombres no les gusta tener una jefa mujer.
Los predios que dirigen las mujeres, son más pequeños y de menor calidad. Además, las mujeres tienen menos posibilidades de acceder a créditos privados y del gobierno, a la asistencia técnica y la capacitación.
La situación en México
En las últimas dos décadas se ha visto un incremento en la feminización del campo mexicano. En el 2010, el 19.3 por ciento de todos los hogares rurales mexicanos estaban encabezados por una mujer. Lamentable, al igual que el deterioro en la industria agropecuaria mexicana, a consecuencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la situación de las mujeres rurales también ha empeorado.
Se estima que en siete de cada 10 hogares rurales, la mujer es el único soporte de la economía familiar. En un tercio de estos casos, el ingreso es igual o inferior al salario mínimo mexicano, y el otro tercio, el ingreso oscila entre uno y dos salarios mínimos.
Según datos del 2007, sólo uno de cada cinco ejidatarios y comuneros, es mujer. Muchas mujeres están a cargo de las parcelas, pero debido a que no son propietaria, no tienen acceso a los programas de apoyos públicos.
¿Qué falta por hacer?
Aquí entramos en terreno peligroso, porque existen muchas ideas pero pocas acciones. Lo principal es mejorar el acceso de las mujeres a las actividades y a los beneficios de los proyecto públicos, como créditos, capacitación técnica, acceso a la información y tecnología, insumos y promoción de comercialización.
Se ha demostrado que cuando las mujeres tienen acceso a este tipo de proyectos, aumenta la productividad y se ve un incremento en los ingresos de sus familias. Es importante hacer cambios culturales para abogar por el trabajo agrícola de las mujeres.
Y aunque a lo mejor el impacto económico no sea significativo, que una mujer trabaje en el campo es sumamente importante. Ya que permite que su familia tenga una fuente continúa de alimentos. La comercialización, entre mujeres, de diferentes productos ayuda a que la canasta se diversifique y las familias tengan acceso a una mayor cantidad de nutrientes.
Vía | El País Más información | Banco Mundial | Oxfam México |
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