En el vasto mapa del turismo internacional, pocos destinos son tan emblemáticos como la necrópolis de Guiza, en Egipto. No es para menos: allí se alza la Gran Pirámide, una de las siete maravillas del mundo antiguo y joya arqueológica que atrae cada año a millones de visitantes. Pero, como ocurre con otros íconos turísticos globales, el exceso de éxito puede volverse un problema.
Y eso es justo lo que Egipto quiere evitar. A comienzos de 2024, el gobierno celebraba un récord: 17,5 millones de turistas, un millón más que el año anterior, a pesar de la situación geopolítica en la región. La meta ahora es aún más ambiciosa: alcanzar los 30 millones de visitantes antes de que termine la década. Aunque estas cifras están lejos de las que registran destinos como España o Japón, el turismo es uno de los pilares económicos del país. Solo en el primer semestre del año generó 6.600 millones de dólares, y su aporte al PIB nacional roza el 10 %, aunque en otros años ha superado el 20 %.
Guiza es el gran imán turístico del país. Si bien Egipto cuenta con otros tesoros como Karnak, Abu Simbel o el Valle de los Reyes, las pirámides de Guiza —a pocos kilómetros de El Cairo— son el símbolo indiscutible. El problema es que el flujo constante de autobuses, coches, turistas, guías y vendedores ambulantes ha provocado colapsos, largas colas y desorden.
Para resolverlo, el gobierno ha puesto en marcha un plan de reorganización que incluye un nuevo acceso por la carretera El Cairo-Fayum, un centro de visitantes, la restauración de tumbas, venta online de entradas y transporte ecológico dentro del sitio arqueológico. También se busca reducir la presencia de animales de tiro, una imagen muy criticada tanto dentro como fuera del país.
La transformación está liderada por la empresa Orascom Pyramids, que quiere convertir el área en un referente turístico moderno. “Este es el monumento más grande del mundo, la última maravilla del mundo antiguo”, destaca su presidente, Amr Gazzarin. El reto es enorme, porque hay que resolver problemas muy arraigados. Ya se ha iniciado una fase piloto con la vista puesta en julio, cuando se prevé inaugurar el nuevo entorno de la necrópolis junto con el Gran Museo Egipcio.
El impulso no llega por casualidad. En los últimos años, las redes sociales han amplificado las críticas de los turistas, que denuncian desde estafas, acoso de vendedores y presiones para dar propinas hasta instalaciones precarias o infraestructuras mal señalizadas. Incluso el aeropuerto internacional de El Cairo ha sido objeto de quejas, especialmente por la confusión que genera su Terminal 1, usada por aerolíneas de bajo costo.
Otro punto sensible es el trato a los animales. Los paseos en camello o caballo, que durante años formaron parte de la experiencia turística, ahora generan rechazo. Organizaciones como PETA han denunciado el maltrato que sufren muchos de estos animales, describiéndolos como heridos o malnutridos. La presión ha surtido efecto: el gobierno presentó un programa de bienestar animal y está apostando por sustituir estos paseos con autobuses eléctricos.
Recientemente, un video viral en redes mostró a una turista holandesa enfrentando a un hombre que presuntamente golpeaba a un burro cerca de la Esfinge. Las imágenes provocaron una ola de indignación y renovaron el llamado a tomar medidas concretas contra el maltrato animal.
Egipto ha entendido que no basta con tener un patrimonio milenario: la clave está en cómo se gestiona. Porque incluso las maravillas más impresionantes pueden perder su magia si no se cuida la experiencia del visitante.
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Articulo original publicado en Xataka.
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