Abrir una lata de salmón de la década de 1970 puede tener su interés científico cuando un análisis adecuado muestra algún dato relevante, quizá para comprobar si el contenido aún es comestible aunque haya caducado hace años. Pero lo que se propuso un equipo de la universidad de Washington iba más allá, pues han descubierto que las conservas de pescado son una valiosa fuente de información para estudiar especies marinas tan esquivas como cruciales, los parásitos.
El trabajo Opening a can of worms: archived canned fish fillets reveal 40 years of change in parasite burden for four Alaskan salmon species ('Abriendo una lata de gusanos: los archivos de filetes de pescado en conserva revelan 40 años de cambios en la carga parasitaria de cuatro especies de salmón de Alaska'), publicado en la revista Ecology and Evolution el pasado mes de abril, el equipo liderado por las investigadoras Natalie Mastick y Rachel Welicky demuestra cómo algo tan banal como una lata vieja de salmón puede contener la clave para proteger los salmones de Alaska, los mamíferos marinos, su ecosistema y la economía de su población.
La problemática de los parásitos marinos
De un tiempo a esta parte hemos tomado conciencia de que nuestros mares no solo nos proporcionan saludables y deliciosos alimentos en forma de peces, moluscos y cefalópodos, también lo habitan diminutos seres vivos menos agradables que pueden ser un peligro para la salud.
Nos preocupa cada vez más el anisakis y las autoridades han legislado en consonancia para prevenir intoxicaciones tanto en la industria como en restauración, tratando de divulgar también buenas prácticas entre la población general. Sabemos que es un parásito que se puede encontrar en multitud de pescados y que para no correr riesgos hay que cocinarlo entero a 60ºC durante, al menos, un minuto, o congelarlo durante cinco días si se va a comer crudo, en salazón o en escabeche. Pero creemos que cada vez hay más, cuando la realidad es que siempre ha estado ahí.
El anisakis forma parte de los Anisakidae, cuyas larvas son las causantes de infecciones que pueden afectar gravemente a poblaciones de peces, mamíferos marinos, cetáceos, reptiles e incluso aves. Precisamente los peces son el vehículo por el que otros animales se pueden infectar, y sus efectos pueden llegar a ser devastadores en ciertas poblaciones.
Los científicos llevan estudiando estos diminutos animales poco tiempo pero existen muchas limitaciones a la hora de poder analizar su comportamiento, evolución y efectos en el medio marino, con pocos datos de décadas pasadas a los que recurrir. Sí es evidente cada vez más que el panorama del riesgo parasitario de especies como el salmón está cambiando; para poder actuar en consecuencia hay que evaluar la evolución de ese parasitismo y sus posibles efectos a corto y medio plazo.
Ante la falta de datos a los que recurrir, el equipo liderado por Mastick ha utilizado una fuente de información que ha resultado ser muy valiosa: las conservas de pescado. Conservas viejas y caducadas.
Gusanos en viejas latas
“Las evaluaciones parasitológicas del salmón son incoherentes a lo largo del tiempo, y aunque a veces se anotan datos sobre parásitos al procesar los filetes para el mercado, esos datos no se conservan más de unos pocos años”, exponen los investigadores, preocupados por cómo está cambiando el parasitismo del salmón en Alaska.
Los anisákidos usan con frecuencia a los peces salmónidos como hospedadores intermediarios para hospedadores definitivos, que pueden ser aves o mamíferos como el león marino, la marsopa, la nutria marina, focas o cetáceos, mamíferos marinos protegidos en Alaska desde la década de 1970 y cuyo aumento de población puede hacer propiciado también una mayor presencia de parásitos.
La importancia que tiene el salmón y el medio natural en Alaska, a nivel económico, social y cultural, hace que un cambio en las poblaciones de anisákidos se vea como una seria amenaza, y la clave para afrontar el problema la han tenido los propios salmones. Solo que han sido salmones sacrificados hace muchos años, procesados y enlatados.
“Las conservas de pescado constituyen una ventana abierta al pasado, ya que proporcionan información que de otro modo se perdería, incluida la relativa a los cambios a lo largo del tiempo en la carga parasitaria de especies de peces importantes desde el punto de vista comercial, cultural y ecológico”.
En su novedoso sistema de estudio, los científicos han examinado decenas de latas procesadas entre los años 1979 y 2019, pertenecientes a cuatro especies de salmón: keta o chum (Oncorhynchus keta), coho (Oncorhynchus kisutch), rosa (Oncorhynchus gorbuscha) y salmón rojo (Oncorhynchus nerka). En su medio natural, en un ecosistema sano, los salmones salvajes ingieren crustáceos con parásitos o son ocupados por sus larvas, pero los anisákidos mueren durante el procesado de las conservas. Sin embargo, se quedan ahí, y eso ha permitido su análisis por parte de los investigadores.
Los autores observaron un aumento significativo de la carga de anisákidos en el salmón rosado y el salmón keta a lo largo del periodo de estudio de 42 años, no así en las otras dos especies. El trabajo revela por tanto un aumento no detectado previamente de nematodos anisákidos en algunas especies de salmón de Alaska en los últimos 40 años, que puede deberse al cambio climático y también una mayor población de mamíferos marinos en la zona.
Los datos recopilados a través de examinar las latas de pescado abren ahora una nueva vía de investigación para determinar qué puede influir en ese aumento de los parásitos y cuál es el nivel de amenaza para la fauna y los ecosistemas de Alaska y de otros lugares del mundo. Y gracias a recurrir a bancos de viejas conservas, los científicos no tienen que recurrir siempre a sacrificar animales vivos para avanzar en sus investigaciones.
Imágenes |Unsplash /Brian Kelly - NOAA
Artículo original de Liliana Fuchs publicado en DAP.
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