Sea o no que disfrutes de la comida rápida de restaurantes, la única realidad es que los trabajadores que hacen posible que tu hamburguesa y papas fritas lleguen a tiempo contigo no la pasan tan bien, porque laboran en condiciones de estrés que se vuelve crónico y puede tener graves repercusiones en su organismo.
Emily Guendelsberger, una periodista estadounidense que se ha especializado en estudiar las consecuencias de estas prácticas nocivas en el trabajo, asegura que se asemeja a cuando a ratones en laboratorio les ponen alrededor absolutamente todas las condiciones para que no solo se estresen, sino que se depriman y pierdan las ganas de vivir.
Ella experimentó esto en carne propia. Cuando el periódico donde trabajaba cerró, tuvo que emplearse en una tienda de Amazon y en McDonald’s, y asegura que fue una etapa muy agobiante de su vida. Había mecanismos automatizados que le contaban cada segundo activo e inactivo; tenía horarios que apenas le dejaban tiempo para respirar; tuvo que acostumbrarse a entrar más temprano y salir más tarde para que el día le rindiera; por las prisas se caía o quemaba con las parrillas; con mucha frecuencia sus clientes le gritaban, y la respuesta de sus jefes siempre era que “el cliente es primero”.
Después de vivir todo eso, Guendelsberger empezó a investigar y escribir sobre el tema. Encontró que el estrés crónico con el que viven millones de trabajadores de este giro —y que generalmente son personas cualificadas y con grados universitarios, pero que necesitan ganar dinero— puede condicionar enfermedades cardiacas, obesidad, trastornos autoinmunes, depresión o ansiedad.
Lo que la periodista reflexiona al respecto es si todas esas penas valen con tal de tener un ingreso fijo. Según dice, no. Sin embargo, rebelarse a eso iría en contra de todo un sistema.
Lo que ella propone es que quienes sufren en estos entornos laborales desgastantes alcen la voz, para que el problema sea cada vez más visible y las autoridades legislen al respecto. Y eso es algo muy importante, ya que no sólo pasa en Estados Unidos: en nuestro país es una realidad latente, y en decenas de países en todos los continentes también.
Fuente: El Confidencial.
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