La lucha contra las cucarachas suele convocar imágenes apocalípticas y muy desagradables: insecticidas, trampas, vecinos en pánico y más escenas que no queremos experimentar. La solución, como tantas veces, podría estar en el rincón más ignorado de la cocina: el bote de laurel seco.
Sí, laurel. Ese ingrediente que usamos en la cocina con frecuencia y que no sabemos muy bien si aporta mucho o no. Resulta que su aroma penetrante no es del agrado de la cucarachas.
No es que el laurel las mate, pero sí las incomoda lo suficiente como para hacerles replantear su visita. Su compuesto volátil tiene un efecto repelente similar al de otros aceites esenciales.
La ventaja es doble: es natural y no exige logística. No hay que rociar nada, ni mezclar con agua, ni colocarse guantes. Solo hay que esparcir unas hojas secas en esquinas estratégicas —detrás de los muebles, dentro de la despensa, cerca de los desagües— y dejar que el olor haga lo suyo.
Esta solución doméstica, heredada por tradición, es un básico a tener muy en cuenta en los meses venideros por razones obvias: es económica, accesible y con menos aditivos químicos que cualquier aerosol del supermercado. El enemigo, en este caso, no tiene argumentos contra el laurel.
Esta hierba no mata, pero expulsa.** No intoxica a estos animales**, pero los disuade. Y eso, en la guerra contra las cucarachas, ya es una victoria simbólica de que se larguen a otra parte (aunque eso le traslade el problema a otro).
Así que ahí está, esperando en su tarro de cristal, sin pedir protagonismo. Una hoja marchita que, lejos de adornar el arroz, se convierte en centinela vegetal del hogar.
Artículo original de Directo al Paladar.
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