Hay muchas razones que explican esta costumbre que muchos aseguran que incluso es antinatura en nuestra especie. No obstante, casi todas apuntan a un motivo en común: mecanismos cerebrales que hacen que nuestras percepciones y formas de reaccionar ante el placer y el dolor sean similares.
Esto se debe a que ambas utilizan los nervios del tallo cerebral, activan el sistema de dopamina del cerebro, así como las mismas áreas del córtex que influyen nuestra percepción y conciencia.
Los chiles contienen una sustancia llamada capsaicina, que es el compuesto químico que resulta irritante para las papilas gustativas de los mamíferos. Al consumirlo literalmente se siente como si nuestra lengua estuviera quemándose y nuestro cerebro de inmediato enciende sus receptores del dolor. La gran mayoría de animales evitan a toda costa; nosotros hasta pedimos la salsa más picante para que los tacos al pastor o una birria sean excelsas.
El gusto por el picor en la comida no es natural, sino adquirido. Eso explica que haya tantos rituales tan distintos, así como diferencias en los consumos de este ingrediente alrededor del mundo.
De acuerdo con el Doctor Paul Rozin, quien es quizá el experto en picantes más importante del mundo, la comida picosa nos atrae tanto porque pone en funcionamiento al mismo tiempo los sistemas de dolor y placer, algo que también ocurre al practicar otras actividades de ocio como saltar en paracaídas, montarse en una montaña rusa o ver películas de terror. Son, nada más y nada menos, que formas más o menos seguras de entrelazar nuestro miedos y placeres sin ponernos en riesgo.
Ahora que ya lo sabes, no dudes en ponerle otras gotitas de salsa a tu comida. Te sabrá más rica y, aunque te haga salivar y hasta soltar una que otra lagrimita, te dará mucho placer.
Fuente: El Confidencial
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